viernes, 24 de julio de 2009

Cosas de la lluvia

José Darío Arredondo López

Cuando llueve experimenta una agitación inusual, su cuerpo se estremece y la excitación la impele a moverse, a caminar hacia lo despejado y sumergirse en el agua que cae sin importar el decoro propio de su condición. Deja atrás el rubor de una imagen que cuidar y se lanza con infantil alborozo, atropelladamente, sin medir las consecuencias de su carrera, de su brusquedad instantánea en pos del objeto de sus deseos…, es capaz de saltar de su improvisado estanque de plástico hacia el anchuroso vacío de su libertad, hacia la posibilidad de que algún hueco la lleve a la calle y a las llantas de un carro que pase por el par vial en que se ha convertido la calle de mi casa. Pero, las tortugas no miden las consecuencias de sus actos, se lanzan siguiendo el impulso mediado por los sonidos del agua al chocar contra el techo, por el olor húmedo que impregna el ambiente, por ese instinto que nosotros, los que poseemos una mascota, coartamos al reducir al animal a la condición de objeto animado que alimentamos, en una especie de interacción desigual y unilateralmente impuesta por razones que escapan a la consideración de una tortuga.

Mientras el animal busca sus vías de egreso del cautiverio legal y socialmente permitido que la superioridad de la especie humana confiere a sus integrantes, la ciudad se convierte en unchapoteadero donde se lanzan a celebrar el caos losjunior, pirrurris, o simples imbéciles en camionetas de lujo, debidamente encaramados en sus calabazas de metal que rugen con la presión de la estupidez acumulada en sus cerebros, y por la cilindrada a servicio de la movilidad acelerada que rebasa los límites de la legalidad urbana. La cacofonía de motores rugientes y aparatos de sonido elevando sus decibeles a la nubosidad ambiente son, como quedó debidamente registrado, los ingredientes que condimentan la sopa de un Hermosillo, donde cualquier aguacero, llovizna o ventolina trastornan la calcinante cotidianidad de la ciudad capital del estado de Sonora.

Las consecuencias de los fenómenos meteorológicos en un entorno urbano impreparado para soportarlos, se magnifican cuando la temperatura percibida es de51 grados gracias a la humedad ambiente, lo que sirve para contrastar el deseo de la lluvia por parte del atosigado ciudadano y el temor de que el deseo se cumpla por la fatalidad de los apagones que convierten las casas en baños de vapor con cuartos distribuidos para que la sensación de calor pueda persuadir a cualquiera de que la intemperie es mejor que la pila de ladrillos y demás material de construcción debidamente organizado que llamamos casa. El cubo en donde pasan las horas de nuestra intimidad familiar carece de propiedades para evitar la deshidratación y algún ataque de nervios ante la ausencia o poca respuesta de los números de emergencias, sobre todo el que corresponde a la Comisión Federal de Electricidad, que resulta insensible a las llamadas por celular y a la urgencia eléctrica de cada cual.

Porque (usted seguramente lo podrá corroborar) si es usuario de teléfonos inalámbricos, o simplemente de telefonía por cable, la suspensión del flujo eléctrico hace que su teléfono y la licuadora tengan la misma utilidad comunicativa. Se acaba la electricidad y se acaban las ventajas de un servicio que, por otra parte, resulta ser una buena alternativa.

Seguramente, la CFE que aun es empresa mexicana dependiente del gobierno, merece credibilidad y aplauso por su probada eficiencia, pero también hay que considerar que las instalaciones eléctricas (postes, cableado, transformadores, etcétera) pueden ser verdaderas reliquias que en cuanto hay un incremento en la demanda, o alguna otra distorsión, botan las cuchillas y el usuario del servicio se queda con el sudor en el cuerpo sin haber alguna salida a la enervante sensación de estar siendo transferido a la ropa por vía de la licuefacción de órganos y tejidos que nos convierten en sopas urbanas empaquetadas en ropa, lo que nos da un embase personalizado pero así tan carente de consuelo como de fecha de caducidad, debido sobre todo a que el alivio depende del restablecimiento del flujo eléctrico, lo que cae en la cancha de la CFE.

El miércoles 22, el aguacero que cayó sobre Hermosillo sirvió para sembrar el caos citadino, propició accidentes, derrumbó postes, anuncios espectaculares que hicieron que sus mensajes mordieran el lodo, en una advocación a la situación económica que padecemos por ser lo que somos: un pueblo engañado por depredadores económicos neoliberales encaramados en el gobierno y trabajando como ratas de alcantarilla por la privatización de las conciencias y la socialización de la pobreza. La lluvia y el viento flagelaron el lomo de una sociedad agobiada por el cinismo público, por los rigores de un fenómeno meteorológico que nos pinta como simples despistados sociales que pasamos de tener una deuda pública de 3 mil millones de pesos a otra de 12 mil, pero que no incluye ninguna medida que provea a la ciudad capital de una infraestructura que realmente centre su atención en el ciudadano, en vez del carro que sirve, en tiempo de lluvia, como el vehículo de la agresión y la excusión social.

Pero, finalmente, la tortuga no logró su objetivo, se quedó en el lugar donde, aunque hay agua, no cuenta con las posibilidades de atropellamiento instantáneo, merced a la previsión de sus dueños. Después de seis horas, llegó la camioneta de la CFE y, en menos de 20 minutos, resolvieron el problema de la cuchilla desprendida, cubriéndose de gloria las armas tecno-eléctricas nacionales. El aire acondicionado fluyó con soltura y la temperatura logró descender lo suficiente como para ofrecer las condiciones humanamente apetecibles para el sueño. La noche fue, por decir lo menos, una oportunidad para apreciar lo que tenemos y lo que deberíamos tener, pero su realización depende de un contexto que todos nosotros como sociedad debemos generar. El sueño fue, después de todo, reparador.

Correo electrónico: dalmx@yahoo.com

“notas sueltas” en: http://jdarredondo.blogspot.com

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