sábado, 22 de mayo de 2010

OPERACIÓN ZOPILOTE

La terrible noche del 5 de Junio de 2009, mientras Hermosillo se impregnaba de olores de humo y muerte, la tragedia tenía un nuevo domicilio. Ya no era sobre la calle Mecánicos de la colonia “Y” Griega. Pasadas sólo unas horas el drama se vivía entonces en las instalaciones del Servicio Médico Forense. Los padres y madres, en el abismo del dolor, asistían a la obligatoria diligencia del reconocimiento de sus hijos, ya inertes.

En la amplia explanada de la Procuraduría estatal (nombre por demás adecuado: ahí se han procurado, hasta el día de hoy, muchas impunidades) se miraban escenas tristísimas. Madres y padres, abuelas, hermanos, tías, familias enteras anegadas en llanto. Rostros ansiosos, deseosos de no encontrar ahí los amados rostros de sus pequeños hijos. Madres caídas al escuchar la confirmación de la noticia fulminante. Si Dante hubiera imaginado un nuevo nivel para su infierno, sería ese: el de los padres reconociendo los cuerpos de sus pequeños, en una escena infinita.

El dolor era inmenso; pero no todo era dolor. En esa hora y en ese lugar, la noche del 5 de Junio de 2009, en las instalaciones de Medicina Forense, llamaba la atención un extraño personaje. Faltaba un mes para las elecciones y esa persona, vinculada a la campaña de un partido político, escogió ese lugar y esa hora para su trabajo de campaña. En el arroyo de la calle de acceso, peroraba contra Bours y su partido. Manoteaba sobre vehículos que entraban o salían. Gritaba no de dolor, no de pena; gritaba como gritan los provocadores en las manifestaciones públicas.

Era la hora del llanto y la consternación, pero también había sonado la hora para el lucro político con la tragedia. Todavía no terminaba el fatídico 5 de Junio de 2009, y los zopilotes cerraban su ronda macabra. Testigo de este grotesco incidente de provocación y lucro fue un sacerdote que, habiendo sido llamado para consolar a algunas familias y cumplido con ello, se disponía a dejar el lugar; pero a la salida topó con el provocador, que manoteaba sobre el cofre de su carro y gritaba en la ventanilla, con airados aspavientos, señalando ya al responsable de la tragedia, señalando también el partido que debería ser castigado y el que debería ser premiado en las elecciones entonces venideras. Con paciencia de franciscano, el sacerdote esperó a que el provocador hiciera una pausa técnica en su larga, atropellada y vulgar perorata (los provocadores también se cansan), entonces pudo reanudar su marcha, dejando atrás aquel campo de dolor y llanto, donde los zopilotes enseñaban ya su pico hambriento, su garra despiadada.

Una semana después de la tragedia se realizó la primera marcha en reclamo de justicia. Salió de la Bodega-guardería ABC y fue a dar a las puertas de Palacio de Gobierno. No pasaba un minuto de que la marcha había tocado las puertas de palacio, cuando el mismo provocador, que había estado en Medicina Forense la noche de la tragedia, apareció de nuevo. Hubo desconcierto, pues la organización era incipiente, y no se había previsto un equipo de sonido. Queriendo suscitar un enfrentamiento violento, aprovechando la natural exaltación de ánimos, el provocador fingió ser empujado y golpeado y cayó al piso. Pero, si como provocador pudiera tener algún futuro, como actor no. Nadie vio empujón ni golpe, así que nadie entendía por que el provocador yacía en el suelo, gritando agudos ayes de dolor fingido.

La pésima actuación del fallido histrión no pasó desapercibida. Algunos familiares de los niños fallecidos notaron de inmediato la burda provocación. Uno de ellos exclamó airadamente “o se levanta, o nos vamos”. La abuela de una de las niñas fallecidas, desbordada en rabia y llanto le reclamó, mientras se levantaba, “no estamos aquí para hacer el juego a paleros pendejos”. La treta del provocador falló por burda y sobreactuada. Luego vendrían otras tretas, más elaboradas, esas no fallarían.

Ha pasado casi un año desde que ocurrió la tragedia. Ahora el extraño personaje que intervino desde los primeros momentos, cuando todavía no se conocía la magnitud de la tragedia, encontró un modus vivendi en el actual gobierno estatal. Se ostenta como representante personal de aquel que, pidiendo el voto, alzaba el dedo índice. El mismo que hoy, cuando los padres de los niños fallecidos le reclaman justicia, levanta el dedo de enseguida.

El Sr, Fernando Gómez Mont, secretario de gobernación, vino a Hermosillo a declarar que el incendio de la Bodega de papeles y placas, contigua a la bodega de niños ABC, bien pudo ser provocado por una mano criminal. No deja de ser decepcionante que Gómez Mont, después de todo un año, sólo ofrezca presunciones y ninguna certeza. ¿Cuánto cuesta al erario Gómez Mont y todo su aparato de gobernación? Cuesta carretadas de millones diarios, todo para venir, después de un año, a decir que tal vez, que quizá, que probablemente, que en una de esas, que existen elementos para presumir, que a lo mejor a Chuchita la bolsearon y en una de esas hasta la preñaron.

Existen elementos que indican que la tragedia de la guardería ABC cambió el resultado de las elecciones en Sonora. También hay registro de la intervención de personas allegadas a las campañas panistas en los momentos posteriores a la tragedia, como los dos casos que aquí se han relatado. Así que bien puede presumirse que la tragedia de la guardería pudo ser provocada con el fin de obtener un lucro político, lucro que efectivamente sucedió. Pero no es correcto lanzar presunciones aventuradas, aunque estén basadas en hipótesis razonables. Menos es correcto que Felipe Calderón (Lipe Botella), con el fin de golpear enemigos políticos más supuestos que reales, mande a Gómez Mont sólo a alimentar presunciones.

Certezas, caro señor, certezas.

Martín Vélez

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